La temporada actual ha puesto a prueba la resistencia y profundidad del banquillo de Los Angeles Lakers, un equipo cuya historia está marcada por leyendas que dejaron una huella imborrable en la franquicia. Desde los días de Magic Johnson hasta Kobe Bryant, el legado se mantiene vivo no solo en la cancha, sino también en lo simbólico, como las camisetas retiradas lakers que cuelgan en lo más alto del Crypto.com Arena. Ese espíritu de grandeza obliga al equipo actual a estar a la altura, incluso en sus piezas de rotación.
El cuerpo técnico liderado por Darvin Ham ha apostado por una estrategia que combina juventud, experiencia y versatilidad. A diferencia de temporadas anteriores, donde la dependencia de las estrellas era abrumadora, hoy el banquillo juega un rol mucho más activo y decisivo. Jugadores como Austin Reaves, Rui Hachimura y D’Angelo Russell han demostrado que pueden aportar tanto en defensa como en ataque, y sus minutos en pista han sido fundamentales para mantener el ritmo del equipo cuando LeBron James o Anthony Davis descansan.
La estructura de poder interna también ha evolucionado. LeBron sigue siendo el líder indiscutible, pero el cuerpo técnico ha dado más protagonismo a figuras secundarias para asumir roles específicos. Por ejemplo, Reaves ha sido clave como generador de juego secundario, mientras que Hachimura se ha consolidado como una pieza fiable en la pintura y en el perímetro. La rotación ha sido diseñada para adaptarse al rival, permitiendo alineaciones más físicas o más veloces según el contexto del partido.
En el caso de los jóvenes, como Max Christie y Jalen Hood-Schifino, se les ha dado minutos en partidos estratégicos para evaluar su crecimiento y capacidad de adaptación. Esta política a largo plazo permite que los Lakers no solo piensen en el presente, sino también en el futuro, algo esencial si quieren mantenerse competitivos en una Conferencia Oeste cada vez más exigente.
Otro aspecto clave es la gestión del tiempo de juego. Ham ha sido cuidadoso en la distribución de minutos, especialmente en el caso de Anthony Davis, para evitar sobrecargas físicas. Esta rotación equilibrada ha permitido que los jugadores lleguen más frescos a los momentos decisivos de los encuentros. Además, el equipo ha trabajado en la cohesión del banquillo como unidad táctica, no solo como reemplazo circunstancial de los titulares.
En definitiva, la profundidad del banquillo de los Lakers en esta temporada es uno de sus principales activos. Lejos de ser una debilidad, se ha convertido en un pilar estratégico que permite sostener el rendimiento del equipo a lo largo de los 82 partidos de temporada regular. Y mientras los hinchas observan cómo evoluciona esta nueva versión de los Lakers, muchos lo hacen luciendo con orgullo sus camisetas de la nba, símbolos de lealtad a una franquicia que sigue haciendo historia.